El ejercicio físico en la vejez aporta beneficios. Y muchos. ¿Quién no ha oído hablar más de una vez de sus virtudes? Cualquier edad es buena para moverse. Ser activo ayuda a controlar el peso, desarrolla el equilibrio y hace más fuerte el corazón, los músculos y los huesos. Y no solo en el plano físico, también en el psíquico, ya que activa la mente y mejora el estado de ánimo. Por si fuera poco, es la mejor arma contra el riesgo de caídas, una de las peores amenazas de la edad avanzada. El provecho es tanto y tan variado que su descripción ocuparía más que el contenido de esta entrada.
El ejercicio físico en la vejez mejora la calidad de vida
Lo repetimos sin tregua: la vejez está llena de estereotipos. Uno muy extendido es creer que el ejercicio no es conveniente. ¿En qué evidencia se apoya? Lo cierto es que no hay un solo argumento de peso a su favor; más bien, al contrario. Se trata de un error que daña a quien lo adopta como norma. Y es que el sedentarismo en la vejez no hace sino ampliar el efecto del paso del tiempo. En lo posible, hay que tratar de hacerle frente para retrasar su daño.
No se puede negar que la edad avanzada conlleva un declive en el organismo. Además, hay padecimientos que se suelen unir a ella; entre otros, la diabetes, la hipertensión o las enfermedades cardiacas y respiratorias. Pero la edad es solo un número, no hay que pensar tanto en ella. Envejecimiento y enfermedad no son sinónimos. No obstante, la presencia de patologías es más probable a medida que se cumplen años. Esta circunstancia lleva a pensar que el ejercicio está contraindicado en tal caso. Y no es así. Los estudios que ponen de manifiesto las ventajas de no dejar de moverse son muy numerosos. Porque conservar la autonomía ha de ser un objetivo primordial en la vejez. En este sentido, no hay mejor aliado que la práctica de ejercicio de un modo habitual.
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