La dignidad no caduca con la edad; al menos, no ha de ser así. Sin embargo, Mariano Turégano se ve forzado a reclamar la suya. Y no le falta arrojo. Tiene 82 años y vive en una residencia de mayores con su esposa, que sufre de alzhéimer. El 15 de septiembre, asistió al pleno del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes, en Madrid. Y denunció las condiciones de vida a las que se les somete. Lo hizo no solo en representación de ambos, también en la de sus compañeros; muchos no pueden.
El relato impresiona a quien lo escucha. Con la voz temblorosa, denuncia que han estado a 40 grados en el verano y ha habido ingresos hospitalarios por deshidratación; que falta seguridad, pues hay usuarios que salen a la calle y los devuelve la policía porque se pierden; que no tienen ropa limpia; o que muchas veces la comida es «tan deleznable que estamos horas y horas sin comer nada«. Es un rosario de agravios sin fin, que pone de relieve la necesidad de recordar el 1º de octubre y el lema Soy una persona mayor y tengo derechos.
La dignidad no caduca: es un derecho humano
Turégano tiene razones de sobra para su demanda. Que no es otra que un mejor modelo de cuidados de larga duración. En este sentido, sus palabras son bien elocuentes. «Hemos trabajado mucho; ustedes lo deberían saber porque hoy disfrutan de privilegios que nosotros peleamos, no para nosotros, sino para ustedes. Eso no se consigue mirando para otro lado. Es insólito que hoy estemos aquí, pidiendo vivir con dignidad«.
No ignora que el problema compete a la Comunidad de Madrid, a la que la experiencia de la pandemia no le ha servido. Pero pide el apoyo del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes de un modo convincente: «El tiempo es lo único que tenemos y pasa para todos. Esto es por nosotros, pero también por ustedes«. No es mucho exigir. Se trata de cambiar un estado de cosas, que no es sino un maltrato a los mayores de hoy que, de no hacer nada, afectará a los de mañana.