El Día de los Muertos, de Halloween o de Todos los Santos, entre otros nombres, se conmemora en todas las culturas. El ser humano es el único animal que tiene conciencia de su finitud. Es un fenómeno que se percibe desde la infancia y es fuente de dudas y miedo; el temor se representa a través de rituales de muy distinto signo. En esencia, se trata de recordar a las personas que ya no están entre los vivos; sin embargo, el modo en que se hace no es igual en todas partes.
En España se pierde poco a poco el sentido religioso que envolvía el Día de Todos los Santos. Y se extiende cada vez más la Fiesta de Halloween. A los niños les gusta y se celebra en los colegios. Las tiendas se llenan de disfraces: esqueletos, fantasmas, arañas… que se usan para asustar. Sin embargo, no faltan voces que opinan que se pierde la oportunidad de hablar de lo que hay detrás: la muerte. En fin, que el recuerdo de los que se fueron se relega a un segundo plano. Y no sobra el aspecto lúdico, pero se echa en falta la reflexión sobre un asunto que a la fuerza les concierne.
La crónica de una psicóloga al respecto se puede ver aquí.
El Día de los Muertos: un festival de color
En México, país del que hablamos recientemente, es una fiesta radiante y festiva. La Unesco la declaró en 2003 Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. La protagonista es una calavera. Diego Rivera la bautizó como Catrina y la pintó en un mural. Las almas de los muertos regresan al mundo de los vivos. El 31 de octubre lo hacen las de los niños y el 1 de noviembre las de los adultos. En la madrugada del día 2, se despiden hasta el año siguiente.
Las familias homenajean a los muertos con altares de colores. Los adornan con flores, velas, dulces, frutas, las fotografías de los muertos y su comida favorita. La celebración varía de una región a otra; no obstante, es común que se congregue toda la familia. La película Coco recrea la fiesta con fidelidad. Y, desde el años 2015, desfila por las calles de Ciudad de México una adornada multitud.
