El efecto emocional del coronavirus amenaza a muchos mayores, aunque no se hable apenas de ello. Y es que la crisis es de tal magnitud que deja de lado todo lo que no es el daño a la economía. Pero hay que dar a cada cual lo suyo. El bienestar de los mayores es tan importante como el hecho de que los trabajadores no se queden sin su puesto de trabajo o que los estudiantes no pierdan el curso. Lo contrario, no hay que olvidarlo, se llama edadismo. Y la actualidad está plagada de él. ¿Qué ocurriría si el grupo de riesgo fuera el de los niños en vez de el de los mayores? No es difícil de imaginar.
En España, hay más de 9.000.000 de personas de 65 y más años, de las cuales viven solas 2.000.0000. Y son las más vulnerables. El contagio por COVID-19 aumenta entre quienes tienen más de 75 años. Su número asciende a 4.400.000; es decir, el 10% de la población. No todos sufren patologías, que elevan el peligro; aún así, la cifra es muy alta. Ahora están aislados, al igual que los demás. Pero las condiciones no son análogas a las de sus vecinos. A mayor edad, la dependencia es más frecuente. Y se precisa una ayuda que las medidas de aislamiento complican.
Cómo atenuar el efecto emocional del coronavirus
Los mayores no deben caer en el olvido. Y las iniciativas asoman. Entre otras, la administración más cercana a los vecinos, que es el ayuntamiento, ha reforzado los contactos a través del teléfono; esta fundación da pautas para paliar el aislamiento; no faltan asociaciones de vecinos que les atienden con financiación pública. En fin, una serie de prácticas a extender cuanto antes. Lo cierto es que, hoy por hoy, no se puede concretar la duración del distanciamiento social al que nos vemos obligados. Ni siquiera la OMS lo puede hacer. La regla a seguir tampoco es la misma en todos los casos. En España se protege a los mayores; no todos los países lo hacen. ¿Distinguirán los votantes cuál es la opción más justa?