Se dice que los mayores de hoy han cambiado. Y es un hecho bien cierto. Sin embargo, el modo en que la sociedad los considera parece no haberlo hecho tanto. En 1982, en Viena, se celebró la I Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento. Fue allí donde se fraguó el reconocimiento de los derechos de las personas mayores. Y se marcó un camino consolidado en 2002, en Madrid, en una segunda edición del evento. Hoy, casi 40 años después, la pandemia de SARS-CoV-2 ha puesto en primer plano una realidad muy distinta.
Las personas mayores son el grupo de edad más afectado por el coronavirus. Lo triste es que no lo son por estar menos sanos; al menos, no es la razón primordial. No se trata solo de motivos físicos; el problema se debe a factores socioculturales y, como no, de tipo económico, muy tristes. Y es que una gran parte de las víctimas vivía en centros donde se supone que estaban cuidadas y atendidas. Y, al parecer, no es así. El drama se extendió por toda Europa. El primer país fue Italia; le siguió España; después, se unieron al horror Bélgica y el Reino Unido. Pero no se detuvo, la COVID-19 cruzó el Atlántico y llegó a Canadá. No se sabe bien qué es lo que ha ocurrido. Aunque no hay dudas de que les hemos fallado. Los mayores se merecían un final más digno que el que han sufrido.
Los mayores de hoy: sin vuelta atrás en dignidad
Cuando se advirtió la gravedad del daño, ya era tarde. En España, se firmó una declaración que recordaba a la sociedad que los mayores no pierden su condición de ciudadanos de pleno derecho en razón de la edad. Y se sumaron a ella instituciones y profesionales comprometidos con la defensa de la vejez. Se han puesto en marcha mecanismos para aclarar lo sucedido; por otra parte, las denuncias llaman ya a las puertas de la justicia. Si algo queda en claro, es que el tipo de cuidados de larga duración no es el más adecuado. Es de esperar que las iniciativas en marcha rindan pronto sus frutos. Y sobre todo, que la muerte de tantos y tantos mayores nos incline a la reflexión. Es urgente que los cuidados al final de la vida tengan un rostro más humano.