Soy mayor, pero no idiota es el lema con el que Carlos San Juan defiende sus derechos. Tiene 78 años, nació en Valencia y es un médico, ya jubilado, que está harto de ver el modo en que los bancos tratan a los mayores. Y es que el peso de Internet para hacer gestiones va en aumento. Como resultado, el número de empleados encoge, se cierran oficinas y, a veces, el uso de los cajeros se hace difícil. Y nadie resuelve las dudas. Se trata, en fin, de una situación que complica la vida a las personas que no manejan con soltura la tecnología.
¿Qué hacen las entidades? Pues recomendar a los mayores con problemas que recurran a alguien. La pregunta es obvia. ¿Para qué sirve un banco si no atiende bien al cliente? Al parecer, la culpa es de los bajos tipos de interés. La gestión de la pensión de un jubilado, tal vez, no sale a cuenta. El poco dinero pierde peso en las finanzas. Lo peor es que no siempre hay cerca quien ayude. O no se quiere depender de la familia o los amigos.
Una campaña en marcha: Soy Mayor, pero no idiota
A través de change.org, se ha puesto en marcha una reclamación más que justa. Y el número de firmas a favor no deja de crecer. Se piden medidas para atajar el problema. Algunas entidades ya las ofrecen para atraer a más clientes. Sin embargo, los trámites a resolver en la web se multiplican. Como la factura de la luz o el teléfono; por no decir los contactos con la administración, más y más complejos.
Hay una solución: echar por tierra los estereotipos. La pandemia ha puesto de relieve cómo la brecha digital de los mayores se reduce. Pero hay que llegar más lejos. El blog Geriatría en el espejo alude a esta cuestión. No necesitan que se les haga la labor, sino apoyo para comprender el modo en que se hace. ¡Claro que los mayores no son tontos! Aprenden. Y muy bien.