Los viejos que no nos hemos muerto estamos muy desengañados; así acaba la intervención de Iñaki Gabilondo del 8 de junio. A diario, poco después de las 8,30 de la mañana, el periodista comenta cuestiones de la actualidad que a su juicio son relevantes. Ese día alude a las muertes en las residencias de mayores. Es un asunto muy grave, que no preocupó lo suficiente. El final de la vida de los ancianos no fue una prioridad. Ni los políticos, ni los periodistas, ni los jueces, ni la sociedad en su conjunto los situó en primer plano. Y, por fin, pasa a ocupar en los medios el lugar que merece.
Es tal la magnitud del drama que no puede ser de otro modo. Los mayores son la proporción de víctimas más alta de la pandemia por el SAR-CoV-2. Pero se les ignoró. Según Gabilondo, el hecho obedece a que el problema afectó a todo el territorio político. Y no se pudo usar como un arma con la que atacar al gobierno de la nación. La razón de que se hable de nuevo de ello es una orden de la Comunidad de Madrid. Se trata de un protocolo de actuación que se envió a las residencias. Una filtración a la prensa lo ha puesto en evidencia. El escándalo es enorme. Y la tensión entre los socios de gobierno va en aumento.
Los viejos que no nos hemos muerto no estamos quietos
Desengañados, si; aunque activos. Los mayores de hoy tienen poco en común con los de otro tiempo. Las personas que han muerto por la COVID-19 cambiaron la sociedad del siglo XX; los que quedamos con vida, lo haremos de nuevo con el siglo XXI. Hay que transformar la sociedad y modificar sus prioridades. Los mayores reclamamos un trato más digno. El final de la vida ha de ser más humano. Y ya hay iniciativas en marcha. La última de ellas es «Sin ancianos no hay futuro«. Seguro que vendrán más. Y es que la base de la solidaridad entre generaciones es muy fuerte. Aún no es tarde.