Desde el 20 de abril, las mascarillas ya no son obligatorias en España. Han pasado más de dos años desde que la OMS anunció que la COVID-19 era una pandemia o, lo que es lo mismo, que aquejaba a todo el planeta. Y de nuevo nos vemos las caras. Con ello, las sonrisas, o enfados, que se ocultan tras los cubrebocas. Mejor así, pues la comunicación no verbal es tan importante, si no más, que la que expresan las palabras. Y recuperamos por fin las notas del rostro.
Atrás quedó un tiempo de incertidumbre ante lo que no se entendía muy bien. El confinamiento, la lejanía de los demás y las normas de higiene más extremas parecen ya un mal sueño. Los efectos del SARS-CoV-2 se conocen de sobra. Y no se ignora cómo se trasmite, que es a través de la vía aérea; de ahí el beneficio de los espacios abiertos y la ventilación de los interiores. Aunque no todo es bueno. Liberar las patentes de las vacunas es aún un objetivo por lograr.
Por qué las mascarillas ya no son obligatorias en España
En realidad, se trata de una medida que llama a la responsabilidad de cada cual. La pandemia no ha desaparecido. Sin embargo, la extensión de la vacunación aumenta la protección. Y, si alcanza a la mayoría de la población, la inmunidad es muy alta, que es el caso. No obstante, la norma tiene excepciones. El uso de las mascarillas es obligado en ciertos espacios. Se impone ante los más vulnerables, como los enfermos crónicos. También en los centros sanitarios, las residencias geriátricas o las farmacias; así mismo, en el transporte público.
Pese a todo, no son pocas las personas que aún utilizan la mascarilla, incluso, al aire libre. Eso no tiene ningún sentido. ¿Se trata de un exceso de temor? Si es así, es acertada la máxima aristotélica de que la virtud está en el término medio. Y es que la vida ha de seguir su curso; aún con prudencia, hay que dejar a un lado el miedo.