No siempre se puede cumplir el último deseo de la vida. Y muere con la persona. Quizá se tenga más de uno; de cualquier modo, es un sueño sin concluir. Sin embargo, a veces, se hace real. Es el caso de Antonio, un hombre de 74 años para el que bailar es una gran fuente de gozo. No se inició en la afición de joven, sino a los 50 años. A esa edad le coloraron un marcapasos y le recomendaron ejercicio para que se recuperara bien. Su mujer le arrastró a las pistas de baile. Y se convirtió en un entusiasta del pasodoble, el chachachá y otros ritmos.
Pero ya hace tres años que Antonio no baila. Tiene un cáncer de páncreas y está en manos de un equipo de cuidados paliativos. Para él era importante bailar de nuevo. Y el equipo lo ha hecho posible, porque el cuidado integral va más allá de lo físico.
Una fundación que hace realidad el último deseo de la vida
Quien se ocupa de los detalles es la Fundación 38 grados, que lleva tiempo volcada en la labor. Se trata de una entidad sin ánimo de lucro que ayuda a los enfermos al final de la vida. Tiene como objetivo resolver temas pendientes para afrontar el momento con paz y serenidad. Su logotipo es una mariposa azul. Al parecer, representa el final de la vida. Y la usan como emblema. 38 grados es la temperatura que alcanzan los músculos de las alas de una mariposa antes de levantar el vuelo.
Y es que la atención al final de la vida se sustenta en tres aspectos. Uno es el control de la enfermedad y sus síntomas, el dolor entre ellos. Otro es el cariño de los seres queridos. Y un tercero, no menos importante, es cumplir un anhelo que permita cerrar el círculo de la vida. No en todos los casos es posible, pero la Fundación 38 grados no cesa en el empeño, como se relata en su libro Historias con alas.