Después de dos años, no el fácil hacer un balance de la pandemia. Un sin fin de acontecimientos deja ver bien los daños causados por el SARS-CoV2. Y no son pocos. Quizá lo más adecuado es empezar por qué hemos aprendido. Ya en marzo de 2021, vimos que las conclusiones son muy variadas. No en todos los casos el recuento es negativo; hay luces y sombras. Junto a los fracasos en la gestión, están los éxitos. Por ejemplo, con respecto al de un escudo contra el virus. Las vacunas han contribuido a la solución del problema; al menos, en parte. Y es que el acceso a las mismas en todo el mundo es una asignatura pendiente para los países con más recursos.
Quién pierde más en el balance de la pandemia
A mi juicio, comparar el grado de afectación entre los grupos de edad no es un buen modo de evaluar los hechos. Pese a ello, cómo no estar de acuerdo en que los que más han perdido son los más vulnerables. Y aludo a la situación vivida en los geriátricos. Hace dos años este sector fue el centro de la tragedia. La falta de conocimientos sobre el virus hizo de los más frágiles sus víctimas. Sin embargo, la enfermedad y la edad avanzada no eran los únicos factores de riesgo de muerte. La masificación y la sobrecarga de trabajo, unidas a la poca transparencia, hicieron que en España fallecieran miles y miles de mayores en residencias. Un gran daño que es de ley analizar con el rigor que merece.
Se insistió en revisar un patrón de pautas incapaz de cuidar bien. Y se puso el énfasis en la búsqueda de alternativas. En este momento, no es fácil saber en qué ha quedado la intención. Las promesas de cambio no se ven por ningún lado. Mientras tanto, las residencias funcionan igual que antes. Y las quejas de las familias no cesan. Las entidades comprometidas con los más débiles denuncian la situación una y otra vez. Pero ni siquiera la justicia se ha hecho eco de sus demandas. Al parecer, la atención de los más indefensos no es hoy por hoy una prioridad para la sociedad.