El papel de la vejez en la Antigua Roma es sin duda de peso. Los años se vinculan a la auctoritas, un término de prestigio que se opone al de postestas. Ambos proceden del Derecho, pero sus diferencias son grandes. Y es que el primero representa la valía que se reconoce a la persona, una suerte de realce moral que no se pone en duda. Por el contrario, el segundo es el mando que se impone a través de un cargo. Y, por lo tanto, carece de la dignidad y el honor que acompaña a aquel.
El respeto que se concede a los ancianos en la Antigua Roma es absoluto. Son los depositarios de la sabiduría y ocupan los puestos de mayor privilegio en la sociedad de su tiempo. Están presentes en el Senado, el órgano de gobierno por excelencia. Y en él ejercen el poder hasta su muerte. De hecho, el nombre se deriva de senex, que significa anciano. Pero el asesinato de Julio Cesar pone fin a la república. La influencia de los ancianos se reduce, ya que el Senado pasa a un segundo plano. Y se abre la puerta al imperio.
La imagen de la vejez en la Antigua Roma
A través de los textos de autores que han llegado hasta hoy se ve el trato a la senectud. Y, como en Grecia, es doble. Juvenal retrata a los viejos de un modo cruel. «Tienen la cara deformada, horrible, y las mejillas colgadas. Les tiembla la voz y todos sus miembros. Están sin pelo, sin dientes, sordos, y no son dueños de su cabeza». A su vez, Marcial se burla de quienes tratan de aparentar una menor edad.
Plinio el Joven, muestra una cara más compasiva y, en una de sus cartas, alude al cariño que siente por el abuelo de su esposa. Es de destacar el elogio a la vejez de Marco Tulio Cicerón en De Senectute. En cualquier caso, las diferencias son más que notables según la extracción social. Los nobles pueden aspirar a una larga vida, mientras que no es así en el caso de los humildes. Y qué decir de los esclavos, a los que se les abandona en la calle al ser viejos. Mas información en La aventura de la historia.
